Intranquilidad. Inconsciencia. Bocados de humo que ennegrecen los pulmones de miedo. Angustia. Acaso olvido. Horas martillando un pedazo de roca. Una idea fija como bólido hacia la nada. El puto escozor de sentirse vivo. La patria en la lumbre de las sonrisas. Hígados retorcidos en etílicos suspiros y muertes gangrenadas en las huellas digitales, en los callos de los reos. Estupor por el hocico, ya no eran humanos, se sabían monstruos, animales diferentes. El pico en la piedra como la muerte en la vida, un impacto, dos, tres, cuatro, hasta que se rompe. No hay tiempo para Dios, si había tiempo para imaginar un Dios bajo un cielo de cuarenta grados, era un hombre negro con un pico, sonriendo, cantando góspel. Cada impacto una vida menos. Ahí va el abogado, el contador, el presidente, el hombre de negocios, el narcotraficante, el maestro, el vagabundo, la ama de casa, el policía, el zapatero, el vieneviene.
La comida es la religión del que tiene hambre. Agradecer a la sombra, a la gran sombra, por un pedazo duro de pan y unas bolas indeterminadas que en otro tiempo pudo ser arroz. Nadie piensa nada. Todos lo saben todo. ¿Qué pensar, por qué insistir, cuando se contempla a los ojos la muerte? En las bañeras, tras las rejas, en el comedor, en el desierto. Picando rocas, dicen los actores de las cadenas más famosas de televisión. Dicen que ellos pican rocas y así llegan a ser estrellas famosas con auto nuevo, casa y una esposa con tremendas siliconas. Pasan las horas, los minutos, la rabia aumenta hasta ponerse de color morado y luego negro. Un hígado picado. Un vaso reventado. La rabia es el refugio de los afligidos, la última señal de que, pese a todo, son seres vivos. Y ahí está Dios, con su pico, llevándose a un contador más, uno que defraudó a su empresa como muchos otros, pero los otros no, ellos están libres. El contador fue el único acusado, el recién graduado. Lo mató un zapatero que le habló golpeado a un soldado y éste, en venganza, le puso dos kilos de cocaína en su vocho que no tenía, ni siquiera, ventanas. Un vocho con dos ventanas de hule. Mata como diciendo, estoy vivo. Mata como diciendo, Soy un ser que respira. Mata como diciendo, Apestamos igual vivos que muertos.
Y Dios con su pico sigue cantando, góspel, es negro. Es un cliché de película. ¿Qué más hay atrás de estas paredes de la existencia? Cliclés y malos ratos. Lobos que son el humano de los lobos. Aullando bajo la lluvia ácida, Shining on the rain mientras la cara se les cae a pedazos. Los espejos: el horror. ¿Quién se reconoce en un espejo cuando es un esqueleto descarnado? ¿Quién carajos va a saber que es quien es, cuando todos los órganos dan un golpe de Estado a la memoria? Sólo así se entiende el absurdo de ponerle a una película La vida es bella, cuando un soldado le mete una bala entre los ojos a un hombre inocente.
Allá, en la celda seis. Un hombre cavila y ésta, señores, es una antinomia. Prohibido, eso lo mismo afuera que adentro. Prohibido pensar, prohibido hacerte dueño de tu vida. Un abogado piensa en Kafka, un abogado piensa en El Proceso. Una novela, ¡qué horror!, se atreve. Piensa en todos los libros que leyó, incluyendo el de procesos jurídicos, incluso aquel libro de masajes eróticos que robó a sus padres cuando tenía catorce años. Por el puro y humano placer de pensar. Piensa en las chicas que ha besado, no muchas pero bastantes. Una es bastante, piensa, el beso es el bálsamo para redimir la vida. Sabe que miente, sabe que se miente. Ocupa las mentiras, por eso piensa en lo leído, piensa en lo que dejó de leer, los libros pendientes. El seguro médico de sus hijas pequeñas. Los pañales, el aborto no planeado. El cuarto sin estrenar. Piensa en la casucha en que ahora viven. Piensa en todo y en todos, piensa que todo es una farsa, lo que él piensa y lo que yo escribo. ¡Chingada madre! ¡Todo es una puta farsa! Y se cuelga sin más, dejando libre, aunque sea unos instantes su espíritu. Sus hijas: desastrosos accidentes. Su esposa: una mala jugada de las endorfinas. Mueve las patitas que se hacen diminutas, como las de un insecto, como las de un escarabajo. Se sabe muerto pero no lo puede evitar. Como el cuerpo de las gallinas a las que mató que, después de cortarles la cabeza con un machete, seguían moviendo su cuerpo por mero reflejo del líquido de los huesos. Y ahí quedan las patitas, del insecto kafkiano, colgando. Un abogado que no supo defender a la gente correcta. Y Dios, ni superior ni inferior a él, le clava su pico en el cuello: uno más. Canta una canción de góspel, Dios, y se enorgullece que sus hijos se parezcan tanto a él en lo estúpido y cobarde.
Cansancio. Las tripas devorándose unas a otras: ¿no es canibalismo? Puritanos, ¿no es canibalismo? Tripas humanas devorando tripas humanas. El sol que estampa los cabellos contra el rostro, el sudor resbalando por la parte inferior de las orejas. Uno cae, otro más. Insolación. Malditos sean todos esos poetas mierderos que le cantan al sol sus alabanzas, nunca han tenido un pico en las manos, nunca han trabajado bajo un sol de cuarenta grados. Malditos esos hipócritas de mierda. El metal contra la piedra en un vil salto de fe: que el metal sea más fuerte que la piedra, que el metal rompa la piedra. Que la piedra sea blanda, Satanás, por favor. Cantan y braman. De consuelo la sodomía y el rencor. Escuchen, puritanos, que un hombre no sabe si es sodomita hasta que ha pisado las duchas de la cárcel o un seminario de católicos. El sexo abocado en la más salvaje de las sublimaciones, el espíritu del gozo danzando sobre la mierda de los cadáveres, y la lengua podrida en la boca del que se atreve a contarlo. En el desierto no hay rosas, y en los rosales no hay verdad, ¿qué eligen ustedes?
En la noche insomne, si uno pone atención, se escucha el murmullo de un río, atrás del clamor de ese que ha enloquecido. ¡Ay mis hijos! Gime. Los hijos son un pretexto de las mujeres que no se atreven a irse, que contemplan la nada desnuda, contemplan la verdad de las cosas y se ponen a gemir por lo irremediable. Las mujeres son capaces, ¡qué abominación!, de hacerse inmortales en pos de los hijos. Ese simulacro de sentido es tan sólo un onanismo que salió mal. Todos somos deshechos y Dios con su pico está listo para probarlo, no sabe, el pobrecito, que tampoco él existe, que en este proceso es un engrane más. Para la nada, Dios es más inservible que el esperma de los ahorcados, que el pene de los impotentes. La noche insomne, el escritor escupe sus palabras en el papel que al día siguiente le quemarán. Todos los días le queman sus escritos. Pero detrás de los aullidos enloquecidos de los nuevos, el escritor alcanza a oír el fluir del río, eso le basta, esa sosa ilusión le basta, para pensar que todo está fluyendo, que nada se detiene. Él tampoco. Recuerda a Bukowski, esa es su terapia, y aquella carta en la que dice que un escritor es el que se sabe acompañado sólo por gusanos, pero aun así se pone a escribir en la arena de una isla desierta. Escribe y escribe toda la madrugada, Cosas buenas, se dice, que mañana la hoguera sea más alta.
La comida es la religión del que tiene hambre. Agradecer a la sombra, a la gran sombra, por un pedazo duro de pan y unas bolas indeterminadas que en otro tiempo pudo ser arroz. Nadie piensa nada. Todos lo saben todo. ¿Qué pensar, por qué insistir, cuando se contempla a los ojos la muerte? En las bañeras, tras las rejas, en el comedor, en el desierto. Picando rocas, dicen los actores de las cadenas más famosas de televisión. Dicen que ellos pican rocas y así llegan a ser estrellas famosas con auto nuevo, casa y una esposa con tremendas siliconas. Pasan las horas, los minutos, la rabia aumenta hasta ponerse de color morado y luego negro. Un hígado picado. Un vaso reventado. La rabia es el refugio de los afligidos, la última señal de que, pese a todo, son seres vivos. Y ahí está Dios, con su pico, llevándose a un contador más, uno que defraudó a su empresa como muchos otros, pero los otros no, ellos están libres. El contador fue el único acusado, el recién graduado. Lo mató un zapatero que le habló golpeado a un soldado y éste, en venganza, le puso dos kilos de cocaína en su vocho que no tenía, ni siquiera, ventanas. Un vocho con dos ventanas de hule. Mata como diciendo, estoy vivo. Mata como diciendo, Soy un ser que respira. Mata como diciendo, Apestamos igual vivos que muertos.
Y Dios con su pico sigue cantando, góspel, es negro. Es un cliché de película. ¿Qué más hay atrás de estas paredes de la existencia? Cliclés y malos ratos. Lobos que son el humano de los lobos. Aullando bajo la lluvia ácida, Shining on the rain mientras la cara se les cae a pedazos. Los espejos: el horror. ¿Quién se reconoce en un espejo cuando es un esqueleto descarnado? ¿Quién carajos va a saber que es quien es, cuando todos los órganos dan un golpe de Estado a la memoria? Sólo así se entiende el absurdo de ponerle a una película La vida es bella, cuando un soldado le mete una bala entre los ojos a un hombre inocente.
Allá, en la celda seis. Un hombre cavila y ésta, señores, es una antinomia. Prohibido, eso lo mismo afuera que adentro. Prohibido pensar, prohibido hacerte dueño de tu vida. Un abogado piensa en Kafka, un abogado piensa en El Proceso. Una novela, ¡qué horror!, se atreve. Piensa en todos los libros que leyó, incluyendo el de procesos jurídicos, incluso aquel libro de masajes eróticos que robó a sus padres cuando tenía catorce años. Por el puro y humano placer de pensar. Piensa en las chicas que ha besado, no muchas pero bastantes. Una es bastante, piensa, el beso es el bálsamo para redimir la vida. Sabe que miente, sabe que se miente. Ocupa las mentiras, por eso piensa en lo leído, piensa en lo que dejó de leer, los libros pendientes. El seguro médico de sus hijas pequeñas. Los pañales, el aborto no planeado. El cuarto sin estrenar. Piensa en la casucha en que ahora viven. Piensa en todo y en todos, piensa que todo es una farsa, lo que él piensa y lo que yo escribo. ¡Chingada madre! ¡Todo es una puta farsa! Y se cuelga sin más, dejando libre, aunque sea unos instantes su espíritu. Sus hijas: desastrosos accidentes. Su esposa: una mala jugada de las endorfinas. Mueve las patitas que se hacen diminutas, como las de un insecto, como las de un escarabajo. Se sabe muerto pero no lo puede evitar. Como el cuerpo de las gallinas a las que mató que, después de cortarles la cabeza con un machete, seguían moviendo su cuerpo por mero reflejo del líquido de los huesos. Y ahí quedan las patitas, del insecto kafkiano, colgando. Un abogado que no supo defender a la gente correcta. Y Dios, ni superior ni inferior a él, le clava su pico en el cuello: uno más. Canta una canción de góspel, Dios, y se enorgullece que sus hijos se parezcan tanto a él en lo estúpido y cobarde.
Cansancio. Las tripas devorándose unas a otras: ¿no es canibalismo? Puritanos, ¿no es canibalismo? Tripas humanas devorando tripas humanas. El sol que estampa los cabellos contra el rostro, el sudor resbalando por la parte inferior de las orejas. Uno cae, otro más. Insolación. Malditos sean todos esos poetas mierderos que le cantan al sol sus alabanzas, nunca han tenido un pico en las manos, nunca han trabajado bajo un sol de cuarenta grados. Malditos esos hipócritas de mierda. El metal contra la piedra en un vil salto de fe: que el metal sea más fuerte que la piedra, que el metal rompa la piedra. Que la piedra sea blanda, Satanás, por favor. Cantan y braman. De consuelo la sodomía y el rencor. Escuchen, puritanos, que un hombre no sabe si es sodomita hasta que ha pisado las duchas de la cárcel o un seminario de católicos. El sexo abocado en la más salvaje de las sublimaciones, el espíritu del gozo danzando sobre la mierda de los cadáveres, y la lengua podrida en la boca del que se atreve a contarlo. En el desierto no hay rosas, y en los rosales no hay verdad, ¿qué eligen ustedes?
En la noche insomne, si uno pone atención, se escucha el murmullo de un río, atrás del clamor de ese que ha enloquecido. ¡Ay mis hijos! Gime. Los hijos son un pretexto de las mujeres que no se atreven a irse, que contemplan la nada desnuda, contemplan la verdad de las cosas y se ponen a gemir por lo irremediable. Las mujeres son capaces, ¡qué abominación!, de hacerse inmortales en pos de los hijos. Ese simulacro de sentido es tan sólo un onanismo que salió mal. Todos somos deshechos y Dios con su pico está listo para probarlo, no sabe, el pobrecito, que tampoco él existe, que en este proceso es un engrane más. Para la nada, Dios es más inservible que el esperma de los ahorcados, que el pene de los impotentes. La noche insomne, el escritor escupe sus palabras en el papel que al día siguiente le quemarán. Todos los días le queman sus escritos. Pero detrás de los aullidos enloquecidos de los nuevos, el escritor alcanza a oír el fluir del río, eso le basta, esa sosa ilusión le basta, para pensar que todo está fluyendo, que nada se detiene. Él tampoco. Recuerda a Bukowski, esa es su terapia, y aquella carta en la que dice que un escritor es el que se sabe acompañado sólo por gusanos, pero aun así se pone a escribir en la arena de una isla desierta. Escribe y escribe toda la madrugada, Cosas buenas, se dice, que mañana la hoguera sea más alta.