Escucho a las palabras gotear con una lentitud ensordecedora; palabras cayendo al suelo y formando pequeños ecos, de un sonido tan sutil que enloquece. Se me figura sangre fugándose en el fuego. Algo se quema. Reconozco mi cadáver en todos los cadáveres, mis besos en todos los cuerpos que no he besado, que jamás besaré. Hay algo de triste y heroico en renunciar; triste porque uno se pierde todo el arte que se está haciendo, que se hace a cada instante, mientras escribo esto, mientras orino y mientras duermo, en alguna parte del mundo se está haciendo arte nuevo y alguno es maravilloso. Sin embargo, el heroísmo está en decir, no me interesa nada de lo que se ha hecho, de lo que se hace o de lo que se hará. No me interesa nada de su arrogante y patética vida, háganla rollo y métansela por el culo. No me importan las modelos de revista, los perfumes, las lociones, los videojuegos, las películas, las mujeres hermosas que vendrán, que se fueron, no me importan, las novedades, las misceláneas, el alcohol, el amor, el devenir, las series de televisión, no me importa perderme la última temporada, no me interesa nunca conocer a la chica que pueda amarme y hacerme feliz, incluso ella, ese fantasma, no me interesa. Simplemente pongo el revólver en mi boca y jalo el gatillo. Se necesita valor para ser, conscientemente, pero conscientemente, se necesita más valor para no-ser. Ahora, sin conciencia, vivir o morir son igualmente actos de cobardía.
Escucho a las palabras caer mientras estoy en la ducha. Caen como gotas o manecillas de reloj o guillotinas o palancas de sillas eléctricas o bragas de prostituta sidosa. Las palabras caen como lluvia ácida, quemando los brazos de los imbéciles de superación personal que salen a recibir la lluvia con los brazos abiertos. Prefiero a las mujeres que sólo gustan de lluvias de semen, cleopatras modernas, lúcidas al extremo de entender que la única función realmente importante del sexo femenino es ser bonitas. Usted dirá y todas las mujeres importantes en la historia, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Y le diré que si en algo se ha modificado la historia gracias a las mujeres, siempre ha sido para mal. De todos modos no me quiero extender en eso, las mujeres no sirven ni para pelear con argumentos, sólo rasguñan y lanzan manotazos hasta que uno se aburre y se va, eso lo digo, por supuesto, por todas las feministas que he conocido.
Escucho a las palabras caer, es el apocalipsis, el flujo vaginal del diablo en el espíritu enclenque del olvido. Decimos que Dios es un borracho tirado en la banqueta, ha comprendido, ese ha sido su único mérito, pero en cuanto accedió a ese poder que el hombre le otorgó tomó el papel más noble de la humanidad: un sin hogar, un vagabundo alcohólico que se masturba viendo a las chicas colegialas en el parque público. Hay un coagulo de sangre deshaciéndose en el paladar de un hombre solitario, el fervor de las religiosas nos recuerda a los cubos de azúcar disolviéndose en el absenta que arde en medio de la noche.
Escucho a las palabras caer mientras estoy en la ducha. Caen como gotas o manecillas de reloj o guillotinas o palancas de sillas eléctricas o bragas de prostituta sidosa. Las palabras caen como lluvia ácida, quemando los brazos de los imbéciles de superación personal que salen a recibir la lluvia con los brazos abiertos. Prefiero a las mujeres que sólo gustan de lluvias de semen, cleopatras modernas, lúcidas al extremo de entender que la única función realmente importante del sexo femenino es ser bonitas. Usted dirá y todas las mujeres importantes en la historia, ¿qué sería de nosotros sin ellas? Y le diré que si en algo se ha modificado la historia gracias a las mujeres, siempre ha sido para mal. De todos modos no me quiero extender en eso, las mujeres no sirven ni para pelear con argumentos, sólo rasguñan y lanzan manotazos hasta que uno se aburre y se va, eso lo digo, por supuesto, por todas las feministas que he conocido.
Escucho a las palabras caer, es el apocalipsis, el flujo vaginal del diablo en el espíritu enclenque del olvido. Decimos que Dios es un borracho tirado en la banqueta, ha comprendido, ese ha sido su único mérito, pero en cuanto accedió a ese poder que el hombre le otorgó tomó el papel más noble de la humanidad: un sin hogar, un vagabundo alcohólico que se masturba viendo a las chicas colegialas en el parque público. Hay un coagulo de sangre deshaciéndose en el paladar de un hombre solitario, el fervor de las religiosas nos recuerda a los cubos de azúcar disolviéndose en el absenta que arde en medio de la noche.