Mi voz y yo eramos uno mismo;
la cueva era la entrada de todas las voces, las palabras,
se amontonaban los signos de interrogación en una garganta marcada por los dedos, siempre axficciantes, del destino.
El tiempo me mojaba el cuerpo desnudo, la luna me incediaba los sueños con una lupa. Se hace hielo este poema.
Nadie sabrá nada de mí, después de deshacerme en ti.
La ceniza del cigarro ha dibujado un pentagrama sobre tu nombre; la sangre se cuaja letra a letra, se hace espeso el lenguaje de la sangre, pero la noche con su ala lo limpiará todo y un nuevo mundo, insoluble y definitivo, se atornillará a la pupila del silencio.
Siento que estoy entrando a ti, de una u otra manera, siento tu cuerpo y tu humedad que es música,
siento tu amor que es infierno, siento tus huellas que son dolor,
sientos tus pechos que son cadencia y redención,
siento tus nalgas aplastando mi erecto corazón.
El lapicero se rompe con la figura tan fuerte de tu espíritu.
Siento a la noche en mi intestino y siguen entrando los poemas por mi garganta. Esta diárrea anímica me crucifica con una estética descarada y descarnada; un pez me nada alrededor del miedo, una cerveza me incha las escamas.
La oscuridad es un escenario y el diablo que hay aquí es solamente otra de mis máscaras,
aquel dios también es una máscara, un disfraz; ojala fuera real, pero esto es el lenguaje, el poema, la trampa.
Agitate, haz de cuenta que te hago el amor, sueña, explota, sé dinamita, exótica, baílame una canción de Buena Vista Social Club.
Yo digo el espejo pero no me reflejo; te conozco y, por eso, me conozco.
No me he visto al espejo, yo estoy dentro, soy el esqueleto del espejo, yo lo sostengo; ahí residen, a la vez, mi magia y mi ruina.
O será, tal vez, que a veces, sólo quisiera escribir lo suficiente como para encontrar una anestesia lo suficientemente fuerte para calmar los dolores de los escombros de un viejo amor.
la cueva era la entrada de todas las voces, las palabras,
se amontonaban los signos de interrogación en una garganta marcada por los dedos, siempre axficciantes, del destino.
El tiempo me mojaba el cuerpo desnudo, la luna me incediaba los sueños con una lupa. Se hace hielo este poema.
Nadie sabrá nada de mí, después de deshacerme en ti.
La ceniza del cigarro ha dibujado un pentagrama sobre tu nombre; la sangre se cuaja letra a letra, se hace espeso el lenguaje de la sangre, pero la noche con su ala lo limpiará todo y un nuevo mundo, insoluble y definitivo, se atornillará a la pupila del silencio.
Siento que estoy entrando a ti, de una u otra manera, siento tu cuerpo y tu humedad que es música,
siento tu amor que es infierno, siento tus huellas que son dolor,
sientos tus pechos que son cadencia y redención,
siento tus nalgas aplastando mi erecto corazón.
El lapicero se rompe con la figura tan fuerte de tu espíritu.
Siento a la noche en mi intestino y siguen entrando los poemas por mi garganta. Esta diárrea anímica me crucifica con una estética descarada y descarnada; un pez me nada alrededor del miedo, una cerveza me incha las escamas.
La oscuridad es un escenario y el diablo que hay aquí es solamente otra de mis máscaras,
aquel dios también es una máscara, un disfraz; ojala fuera real, pero esto es el lenguaje, el poema, la trampa.
Agitate, haz de cuenta que te hago el amor, sueña, explota, sé dinamita, exótica, baílame una canción de Buena Vista Social Club.
Yo digo el espejo pero no me reflejo; te conozco y, por eso, me conozco.
No me he visto al espejo, yo estoy dentro, soy el esqueleto del espejo, yo lo sostengo; ahí residen, a la vez, mi magia y mi ruina.
O será, tal vez, que a veces, sólo quisiera escribir lo suficiente como para encontrar una anestesia lo suficientemente fuerte para calmar los dolores de los escombros de un viejo amor.