Pienso en ti todo el tiempo, como se piensa en un crimen perfecto, tratando de armar todas las piezas, conjugando las posibilidades, recorriendo las pistas y borrando, a cada paso, las huellas. Te pienso en negliyés, en jeans, en faldas cortas y blusas largas, mirando al cielo, con tus labios pintados tocando apenas el borde de la taza del café, construyendo un nuevo destino en cada sorbo. O bebiendo vino tinto, con una copa de vino, mirando las estrellas y pensando en antiguos kamikazes, en la belleza del exterminio. Pienso en ti antes de dormir y apenas despierto, me abrazo a la almohada pensándote. Es un acto solitario y ruin, como respirar, como bailar con el diablo. Es una tristeza que se estira a través de laberintos silenciosos. Pienso en ti, todo el tiempo, con mi verga en las manos, me masturbo esquizofrénico y violentamente pensando en ti, en tus labios, en tus pechos, en tus nalgas, en tu sexo, en tus piernas, en tu espalda, en tu espíritu. Derramo mi simiente al suelo frío. Exploto en miles de galaxias al imaginar tus pechos dentro de mi boca, al imaginarte cabalgándome como una puta profesional. Te pienso y te imagino, entre tantas indeterminaciones, como un cuadro abstracto colgando de mi alma, como una muerte en medias de red detrás de los bares. Es un atropello, este juego, esta nostalgia del caníbal por su víctima imposible; este rezar a dioses paganos para que tus labios, por azar o destino, bailen un tango dentro de mi beso. Pienso en ti, también, como una guerrera sanguinaria, una señorita libre capaz de las peores atrocidades; te imagino fumando mientras la noche cae, como una gota de licor, acariciando tu espalda. Pienso en ti todo el tiempo, como se piensa en la redacción de un libro, tratando de armar una trama, una línea de tiempo, personajes y ritmos, escenarios. Como se piensa en un libro que al terminar de escribirse se queda en la hoguera del recuerdo. Te pienso vestida con una de mis playeras, con vestido de noche, en babydoll, haciendo malabares con los planetas, hilvanando luciérnagas hasta tejer nuestra oportunidad, esculpiendo el ruido para hacer nuestra canción. Pienso en ti, erótica, pervertida, salvajemente. En ti de colegiala, de aeromoza, de crononauta, de escribana. Todos los días, a todas horas, te pienso y estoy duro como el concreto, como la conciencia, como la memoria en las piedras. Es un acto solitario y ruin, como el suicidio, pero te tiendo un lazo de esta pequeña muerte, de este inagotable impulso de tánatos. Ven a morderme, sángrame; déjame probarte; la noche es un río de tiempo, la realidad una ilusión a través del espejo, el tiempo es finito. Es una implosión, este juego, un movimiento atrevido de ajedrez, un jaque mate, ¿qué harás?
Pronuncio tu nombre en voz baja, los fonemas se mezclan, los silencios se mecen, las letras son caramelos en la lengua, tu nombre que es tantra, Veda, palabra sagrada, abundancia y sabiduría, tótem de suspiros, onomatopeya gozosa. Enjambre de besos, apuesta total, metalenguaje voluptuoso, juego infantil, barbitúrico, tu nombre, curativo y ancestral, ritual de colibríes, quintaesencia del arte, estupor y cobijo, encuentro y laberinto, tu nombre. Crimen y castigo, génesis de tentaciones, escultura del caos, inercia hacia la destrucción, tu nombre, mi niña, pequeña tentación, esbozo de vértigo, satélite de amor, tu nombre, laberinto de sonidos, el sueño más pornográfico de mi alma, fragilidad de luciérnaga, voluptuosidad de soles estrellándose contra mis venas. Tu nombre es un rompecabezas de estrellas, fragmentos de sueños de otra vida, el hotel cinco estrellas de mis erecciones, la vida detrás de la vida, el infierno que abrasa todos los falsos paraísos para instaurar el Edén.
Y observo tus ojos como un callejón oscuro antes del asesinato, la remembranza insana del apocalipsis, esa paz que es campo minado, que es caos, que es campo Eliseo, fulgor de eternidades rotas y morales caducas, jardín colgante de babilonia, el verso que es verbo, tus ojos, opúsculos de la ebriedad, colibríes que ensueñan laberintos, aporías de la rosa y la orquídea, kamikaze despertar de barrancos. Tus ojos grandes, como lanzas de caníbales, como aquelarres de muertos y suspiros, vitalistas como el suicidio, lúgubres como el intercambio de almas, campo de maíz, raíz de todo delirio, tus ojos sadenamos, schopenhauerianos, horizónticos, ciélados. Acaso irreversibles, ese río lleno de ninfas, ese canto de sirenas, la evolución creadora, la fenomenología de la belleza. Tus ojos, de chapulín o bruja, poemarios de poetas malditos, pequeños poemas en prosa, colmillos de búfalo, noche encarnada en la poesía. Ese cuarto que es infierno, ese amanecer que es rocío temblando, ese aullido que es erotismo inoculado en la sangre, esa verbena de luciérnagas, tus ojos, desollación completa de los miedos, harikuri de espumas y arrecifes. Tus ojos, amor, que son como lanzarse de un edificio y mientras se va cayendo, rezar para que tanto Dios, como el Diablo, se arrodillen ante la belleza de tus ojos. Y observo tus labios, como oasis en el desierto, campo de trigo, arroyuelo de un cardumen de besos, insolación del pecado, rojo comunismo, el tango argentino en completa ebullición. Tus labios, lienzos para escribir a mordidas toda la poesía del mundo, toda la filosofía nihilista y cínica. Tus labios, mi vida, epistemología de la locura, inflamación del espíritu, juego perpetuo de contradictorios goces. Tus labios y tu boca, como la música o el arte, la contemplación de un sentimiento que lame los huesos, refugio de pecadores, consuelo de los que sufren, tus labios, hermosa, jazmín que ensueña lunas, diamantes que juegan con la muerte. Tus labios, muerte de Otelo, perdición de los Hermanos Karamazov, adoración de los que sufren, un matrimonio con la bondad y la crueldad, a un tiempo, tus labios, mi inspiración, el punto de fuga en la pintura de la vida, tardes que caen como guillotinas en la piel sensible del olvido. Tus labios, pequeñita del amor, más que libres libertarios, ruido esculpido en melodía tranquila, fuente de deseo. Tus labios, acaso investigación de asesinato, rojo sangre, dictadores latinoamericanos, samba y rumba, metal y rock and roll, jazz que se desliza lentamente por la piel como una gota de licor, como el cigarro de un vagabundo muerto. Y observo tus labios y caigo y aprendo y revivo y canto. Y observo tus pechos, tantas veces soñados y anhelados en mis intranquilas noches de sueño, escapularios del diablo, espíritus santos de los infiernos, tus pechos, redentores de todos mis pecados, corderos de Dios que borran los pecados del mundo, tautologías de deleites, ontologías de leche envenenada, pequeños como la muerte en el orgasmo, enormes como la conquista del espíritu sobre la materia. Tus pechos, amor, resina de realidad, espejismo en el desierto, simulacros de tequila y desveladas, con aureolas de flores silvestres, con pezones de botón de detonación, la noche que se traga a todos sus hijos, el jardín de las delicias, tus pechos, la Guernica dentro de mis venas, la enredadera de los secretos en el alma, el suicido de Calígula, tus pechos, dictadores, tiránicos, redondos como la palabra Eva, fuentes interminables de vida, epistolarios de la entelequia, danzas butoh, tus pechos, apenas inciertos, galácticos, obras de arte de todas mis fantasías pornográficas, tus pechos, mi amor, arjé de la physis, fuego siempre vivo que incinera todo mi pensamiento, renacer de fénix que me acaricia, sensualmente, la punta de los dedos. Y observo tu ombligo, pileta de mis demonios, ilusión de jazmines, cántaro de miel, códice Maya, una barca de estrellas que lleva tu alma a mi boca, la libertad de estar muertos desde siempre, tu ombligo, el baile de mis huesos y tu nada, desierto de espejos, wonderland, tu ombligo, el crimen perfecto de asesinar el miedo beso a beso, el recorrido de hálitos, la pulsión de muerte, el amor de San Agustín, tu ombligo, ángel sádico que mira de frente el abismo del tiempo, la lujuria de las estrellas, el cantar de los cantares, la crítica de la razón erógena, el estallido de los planetas dentro de nuestros nervios. Y tu sexo, amor, tu sexo, agua bendita, inframundo prehispánico, pulque bebida de Dioses, viaje a Ixtlán, chamánico ramaje de estrellas, desierto donde se renuevan las virtudes, autoconocimiento de relojes, introspección de cueva platónica, ensayo sobre la lucidez, cardumen de estrellas fugaces, campo de fresas, espolio de prejuicios, tu sexo, amor, como bólido que se aferra a la inercia de la destrucción, literatura rusa, genes que se dispersan en el viento, adecuación de la idea al concepto, flujo de Andrómeda en la sabiduría. Tus piernas como los templos de Apolo y Dionisio, entre el ensueño armonioso y la locura extática, el flujo de fuerzas que se contraponen, el ajedrez del cosmos, tótems sagrados de ceremoniales silvestres, aerolitos del fuego, sphairos de luz, tus piernas, declaraciones de guerra, caos esculpido en mármol, juglar de robles frondosos, espíritus del bosque, peripatéticos suspiros, infusiones de café y brandy, tus piernas como coliseos romanos, apologías de la destrucción y la belleza, exaltaciones etílicas, reflejos de amor y paz. Era un miércoles cualquiera. 6:37 pm. Recién había terminado con mi novia. Estaba en la terraza de mi departamento, fumaba un cigarrillo y repasaba mi vida como ocurre en estos casos. Mis impulsos eran los de siempre, los ya comunes después de un rompimiento amoroso. Pensé en meterme al gimnasio, pensé en emborracharme hasta morir. Pensé en acostarme con el mayor número posible de mujeres. Los resultados fueron los de siempre: comer frituras, mantenerme sobrio y en celibato. Escuchaba música, Sopor Aeternus, para darle un aire trágico a mi situación. Inesperado y tal vez milagroso, me llegó un mensaje al celular:
—Hola —Hola —¿Cómo estás? —¿Quién eres? —Karina —Estoy mal, Karina, la verdad. Tenía alrededor de tres meses chateando con Karina a través de Facebook. De ahí me había pedido mi número celular. Era una chica alegre y divertida, pero no era muy mi tipo. Con esto no quiero decir que no fuera hermosa; en realidad era bellísima, pero sus gustos musicales y temas de conversación distaban mucho de los míos. Y es que me gustan las chicas blanco muerto, con cabello negro y de preferencia altas; pero sobretodo con gustos intelectuales refinados, de esas ratas de biblioteca que conocen muchos autores y escuchan música rara. Karina, en cambio era una chica sencilla, le gustaba la música grupera y había leído muy poquitos libros en su vida. Su ideal de vida ya lo había alcanzado, aprovecharse de su belleza y casarse con un tipo con buena posición económica. Conversábamos, entonces de temas triviales y universales, como el clima, el amor y las noticias. Le conté a Karina de mi rompimiento amoroso. No me puse en el papel de víctima porque casi nunca lo soy. Nací podrido, nací para siempre estropearlo todo. Tenía mala estrella y mala sangre, pero era más de lo que otras personas tenían. Mi temperamento era una eterna contradicción entre la violencia y la melancolía. Vivía apartado de todos y cuando me invitaban a una fiesta, prefería no ir. Mi ideal de diversión en aquella época, era un trago en casa y un libro. Leía mucho y me enamoraba de las chicas que aparecían en las novelas, pero casi nunca, o más bien nunca, de las mujeres que compartían su vida conmigo. Le expliqué todo eso a Karina y me dio ánimos diciendo que así eran los artistas. No me considero un artista pero no tenía ánimos de discutir. Karina me contó que su esposo la dejó plantada el día de su aniversario, que ella había esperado a su pareja con un atuendo muy coqueto y una cena romántica y él, simplemente, se había ido a beber con los amigos y había llegado a las tres de la mañana. Eso no es todo, al parecer Ricardo, que así se llamaba su esposo, había olvidado por completo el aniversario de bodas y eso que apenas cumplían tres años de casados. Pero la gota que derramó el vaso es que al día siguiente ni siquiera se disculpó, sino que se limitó a avisarle que tendría que salir de viaje por razones de ventas y marketing. No dije, para variar, lo primero que se me vino a la mente, a saber, que yo y muchos hombres éramos iguales de olvidadizos y canallas. Le dije, en cambio, que eso no se le hace a una mujer y que ese tal Ricardo era un pendejo por no valorar a la mujer que tiene al lado. —Y me puse guapísima para él. —¿Cómo? —Me arreglé todo el día, me fui al spa, me compré un vestido negro, corto, pegadito y unas medias sensuales. —Suena bien. —Suena terrible. Me quedé sola, deseosa, fumando un cigarrillo tras otro y con una botella de vino en la mano. —Al menos tenías vino —Bendito vino —¿Y cómo traías el cabello? —Sencillo, con un molote, listo para que ese imbécil me lo soltara en un solo movimiento. Pero lo mejor era mi vestido, se me veían las piernas espectaculares. —Me gustan las chicas con piernas espectaculares. La conversación siguió en ese sentido, un coqueteo inocente que fue subiendo de tono. Al poco tiempo la imaginé enlutada en un vestido caro, con los labios húmedos de labial y vino, sus piernas espectaculares, bebiendo directamente de la botella y prendiendo un cigarrillo tras otro. En esa bella imagen mental me deleité por un instante. Luego le pregunté, no sé por qué, si se pensaba embarazar de Ricardo, y me dijo que lo habían intentado pero que al parecer alguno de los dos no era fértil. Me puso el ícono de una sonrisa que se me antojó amarga. Por el lado positivo, agregó, Puedo beber y fumar todo lo que quiera sin bebés en la casa. Entonces intuí que en ese mismo momento estaba un poco ebria. —¿Estás tomando? —Una copa de vino —Qué rico. Yo no tengo más que cerveza. —Tómate una conmigo. —Ok. Salud. —Esa es trampa —¿Cómo sabes? —Mejor por Skype Yo tenía cuenta de Skype pero empolvada. La saqué cuando estuve trabajando para una empresa de comerciales, sin embargo, mis únicos dos contactos eran vendedores. Primero descargué un sinfín de actualizaciones y después la agregué. Me mandó solicitud de conversación por cámara y dudé. La verdad estaba en mi peor momento, desaliñado, con la barba crecida, sin bañar, fumando y ahora con una cerveza en la mano. Acepté la llamada pero dirigí la cámara a la cerveza. La destapé para que lo viera. —No se vale, quiero ver tu cara. —Ya así sabes que no hago trampa —Pero quiero ver tu cara cuando brindes conmigo —Para ti es fácil porque estás hermosa, yo estoy para el carretón de la basura —No importa De verdad estaba hermosa. Ojos verdes y sonrisa perfecta, sus dientes estaban parejos y blancos, como de la más fina porcelana. Su cabello rubio era largo, traía una blusa floreada con un generoso escote en el que se adivinaban dos frondosos y enormes senos. No me esperaba, lo confieso, el detalle de los senos. Hasta el momento sólo había visto fotos de su rostro. Levantó la copa de vino con sus uñas negras y el vino lucía delicioso pero aún más sus labios humectados por el dionisíaco elixir. Tomé valentía o desfachatez no sé de dónde y levanté la webcam, la puse sobre mi cara y levanté la cerveza para brindar con ella. —Por los que se fueron —Por los que estamos —Oye sí te ves bien jodido —Jajajá, te dije. —Pero no tan mal como crees, eres como un vagabundo sexy. —Tú eres como una ama de casa burguesa —¿Qué es burguesa? —No importa —¿Entonces no te gusto? —Me encantas —¿Qué es lo que más te gusta de mí? —De lo que alcanzo a ver, tu boca. —Jajajá, ¿por qué? —Porque se ve que sabe hacer maravillas —Cuidado con lo que dices, soy una mujer casada. —Perdón —Es broma —Oye, ¿puedo quitar la cámara? Me siento extraño —Está bien —Pero tú déjala. Quiero verte. —Está bien Las cervezas, las copas de vino, los piropos y las sonrisas se acumularon. Todo se desbordó en la noche. Le dije, ya un poco ebrio, que jamás imaginé que tuviera unos senos tan grandes, y ella, un tanto ebria, se sujetó ambas tetas y las apretó para que se vieran incluso más grandes. Luego le dije, más ebrio y caliente, que jamás desperdiciaría a una mujer como ella. Luego me dijo que esperara, que me tenía una sorpresa. Esperé alrededor de veinte minutos, mientras ponía una canción y otra. Luego apareció de nuevo, al otro lado de la pantalla, me pareció estar alucinando. Estaba vestida con el vestido negro y se había recogido el cabello en un molote. Además vi, de reojo, mientras se sentaba, que traía las famosas medias y se veían, ciertamente, increíbles sus piernas. —¿Te gustó la sorpresa? —Me encantó. No creo que eso haya desaprovechado el imbécil ese —¿Verdad? —Sí. Estás bellísima, de verdad. Eres una mujer muy hermosa y la verdad también muy excitante. —No seas exagerado —No exagero, si yo tuviera la oportunidad no la desaprovecharía —¿Ah sí? ¿Qué me harías? —Acariciaría tus mejillas, sujetaría tu cara y te daría un beso en la boca, lleno de ternura y devoción. Mordería un poquito tus labios, mientras acariciaría tu oreja con los dedos de mi mano derecha. Acariciaría tu cabello, lo soltaría con un movimiento para poder olerlo y disfrutarlo, deleitarme en la textura; eres como una obra de arte viviente. [Cuando le escribí eso, desató su cabello, dejándolo de nuevo libre como al principio de la conversación.] Tu cabellera es muy larga y hermosa, la verdad me encanta. También olería y mordisquearía un poquito tu cuello, sin importarme si tu esposo lo nota, dejaría mi marca en ti. Quisiera provocarte todos los orgasmos del mundo y firmarlos con mi nombre. —Jajajá, estás loquito —Un poco. Tú estás exquisita —Eso nunca me lo habían dicho —Porque nadie te ha deseado tanto como te deseo yo esta noche. —No sé si leer eso me excita o me da miedo. O las dos cosas. —Levantaría tu vestidito, para meter mi mano derecha. Haría tus bragas a un ladito y jugaría con tus labios vaginales, un poco con tu clítoris y un poco con tu monte de venus. Al sentir tu humedad en las yemas de mis dedos, besaría tus hombros, cálidos y hermosos; bajaría con los dientes un poco tus tirantes. Besaría tu tráquea, cada huesito de tu cuello. Aceleraría el movimiento de mis dedos dentro de ti, al sentir tu humedad, como te abres, como una flor. Llevaría mis dedos a la boca para sentir tu sabor. [Al escribir esto, ella se levantó de la silla y levantó su vestidito hasta que le vi las bragas, negras y de encaje, pequeñitas y sensuales; desabotonó despacio sus ligueros y me mostró sus piernas, deslizando con suavidad, hacia sus pies, las medias con extrañas figuras geométricas. Sus piernas, de verdad, eran espectaculares, fuertes, blancas y torneadas, se veían duras y sin embargo suaves al tacto.] —Sigue, no te detengas. —Desabrocharía tu vestido, sólo quitaría la parte de encima para deleitarme en la visión de tus pechos. Por encima del brasier los acariciaría y acariciaría también tu ombligo. Luego quitaría tu sostén y lamería cada centímetro de tus grandes y frondosos pechos, movería mi lengua en tenues zigzags de la base hasta la punta de los pezones, en movimientos circularías, jugaría con ellos. Sin dejar de masturbarte, empezaría a mordisquear tus pezones, para que sientas ese choque candente entre dolor y placer. Siente mis dientes, apretando cada vez más fuerte y mis manos moviéndose cada vez más rápido hasta que derrames tu mar de miel en mis dedos. Así, con los dedos llenos de tu esencia, dibujaría espirales en tus pezones, para después chuparlos y mamarlos como un lactante. Mordería con la comisura de los labios mientras soplo, jugando un tanto con la temperatura. Llevaría tu mano a que palparas mi pantalón para que sientas lo excitado que me pones. Quiero que bajes el cierre y lo tomes en tu mano para masturbarlo, que lo sientas cada vez más grueso entre tus dedos. Y en ese hechizo de la noche, perdernos en el éxtasis y el delirio de ser prohibidos. [Mientras escribía esto, ella se puso de pie y se quitó el vestido y el brasier, quedando en puras bragas y tacones. Tocaba sus senos que de verdad eran enormes con pezones igualmente grandes, rosáceos y deliciosos. Unos senos redondos, perfectos y a simple vista, naturales. Por debajo de las bragas metió la mano derecha y se comenzó a masturbar. Abrió las piernas, alejó un poco la cámara para que pudiera verla completa. Era, lo juro, lo más hermoso que había visto en mi vida. Sólo dejó de masturbarse para escribirme.] —Por favor no te detengas, escríbeme hasta que me corra para ti. Hazme tuya. —Me hincaría frente a ti, como la diosa que eres, para beberte. Lamería todo tu jugo, metiendo mi lengua y frotando tu clítoris, provocándote con besos y mordiscos por tus piernas y tus muslos. Besaría tus rodillas, tus pantorrillas y tus pies. Lamería tus tacones y subiría de luego, arremetiendo con mi lengua dentro de tu cueva sagrada. Movería mi lengua como una serpiente y chuparía tu clítoris mientras meto dos dedos y provoco que te corras como loca. Luego me pondría de pie frente a ti y metería mi verga en tu boca, sujetándote de los cabellos, la metería durísimo. Siente cómo se pone dura en tu garganta, crece y lames y chupas los huevos. Me encantaría verte a los ojos mientras meto mi verga sin sacarla, provocando tus lágrimas y luego recogería tus lágrimas sólo para metértela de nuevo. Abriría tus piernas y metería mi verga dentro de ti. Me gustaría sentir cómo me aprietas mientras estampo besos en tu boca, en tu cuello y en tus pechos. Sentarme y que me cabalgues, para poder morder tus pezones mientras subes y bajas de mí, sintiendo mi sexo cada vez más caliente y hambriento de ti. Siénteme, tócate pensando en mí. Aprieta tus pezones como si los apretara yo. [Mientras yo le escribía estas cosas, ella apretaba sus pezones grandes y duros, gemía, nunca olvidaré sus exquisitos gemidos y sus movimientos reflejos sobre la silla, arqueaba su espalda y apretaba los labios después de leerme. Se levantó de la silla y me mostró su sexo, completamente húmedo, sus piernas y se volteó para enseñarme sus nalgas redondas y duras. Era toda una escultura viva, la verdad estaba totalmente enloquecido, escribiendo fuera de mí y con la verga fuera del pantalón, un rato me masturbaba y otro rato le escribía.] Muéstrame tus nalgas, dime que eres mi puta, dime ¿así te coge Ricardo? [Y ella me mostraba las nalgas y me susurraba quedito a la cam que era mi puta. Y me decía que no, que Ricardo no se la cogía tan rico como yo. Toda aquella escena me enloquecía y me excitaba muchísimo.] Te pondría frente a la pared, de espaldas a mí y te cogería durísimo por el culo, ¿te gusta? Metería mis dedos en tu vagina para masturbarte mientras te doy por el culo, para que sientas dos vergas partiéndote en pedazos. Eres mía, tus gemidos son míos… Dime dónde quieres mi semen, [cuando le escribí eso, no dijo nada, simplemente se arrodilló frente a la webcam y abrió la boca grande moviendo la lengua con lubricidad. Así mismo apretó tus pechos e hizo una pequeña cuneta en donde me daba a entender que quería mi semen. Ante aquella visión deliciosa, me corrí.] Quiero ver cómo te corres, muéstrame, abre tus piernas completamente obscena, completamente puta, quiero que te vengas, enséñame. [Y se corrió a chorros. Así y después de una breve charla, dimos por terminada nuestra primera de muchas… desde entonces, sesiones online] Lo que pasará es que te citaré en el hotel de siempre, la tarde caerá lentamente, cual cortina de humo sobre la conciencia y la razón, un espectáculo encantador: la entrada a la locura. Llegarás con una gabardina larga, debajo sólo tus bragas, tus medias y tus zapatillas. Estaré en un asiento de piel reclinable, fumando marlboro y tomándome una caguama. La habitación ya estaría inundada de música. El dueño del hotel ya me conoce, le doy una buena cantidad para que me deje hacer lo que quiera. Cerrarías la puerta detrás de ti. Te sentarías en la orilla de la cama.
—No creo que debamos hacer esto más —No creo que debimos empezar nunca. Pero aquí estamos. —¿No te remuerde la conciencia? —La conciencia es una palabra compleja, lo que sé es que no muerde. —¿No te sientes mal? —Yo siempre me siento bien haciendo esto, ¿y tú? —También. Pero no es lo rico que se siente, es lo culpable que te sientes después. —Tu obligación, según ciertos pensadores, es ser feliz. ¿Te haría feliz dejarlo? De ser así, adelante. —Bien sabes que no. Estoy acostumbrada a ti, pero tampoco quiero fallarle a él. —Te entiendo, es un buen hombre. Pero te explico, nosotros estamos obedeciendo a las leyes de la naturaleza. Lo antinatural es la represión. Si de verdad te ama, te debe impulsar a saciar todos tus apetitos. Sin embargo debemos mentir porque no muchas personas están acostumbradas a aceptar las cosas tal cual son. Tú eres una puta, y yo soy un hombre que disfruta de las putas. —¿Puta? ¿Acaso te cobro? —No te ofendas, aunque gratis tampoco me sales. Pero cuando yo digo puta me refiero a una mujer guerrera, capaz de aceptar su propia satisfacción, a una mujer lúcida y libre que toma las riendas de su vida y de sus goces. Además nuestros encuentros curan tus neurosis. —Ahora aparte de demonio, me saliste doctor, no me hagas reír. —Es algo muy básico, tú quieres cumplir tus fantasías, mientras no las cumplas estarás neurótica y de mal humor. Yo ayudo a esa parte, he seguido el rol y protocolo desde el principio. A mí me encantas tú, me encantas como mujer libertaria y loca, me gustas tus sueños y anhelos. Me gusta escucharte y me gusta hacerte gemir también. No considero que esté haciendo algo malo, aunque entiendo que no muchas personas están listas para este tipo de libertad. —La libertad de obedecer. —La libertad de confiar tu placer al intelecto, fuerza, creatividad y pasión de otra persona, la entrega sin restricciones. Cuando haces el amor con tu pareja, te preocupas por lo que sentirá y pensará de ti; conmigo no hay esa preocupación porque no me amas ni te amo. Hay cariño, claro, pero solamente se basa en el placer que nos hacemos sentir. —Sé que eres muy inteligente y que con tu retórica puedes convencer a quien sea. Pero tampoco soy pendeja, hay un Dios, una religión, una moral, una sociedad, que nos dan leyes para que las respetemos y podamos vivir en paz. —Te puedo decir que muchas de esas nociones no son más que sistemas de control que nos imponen, porque a la sociedad le conviene que seamos seres neuróticos y alienados. La tristeza nos hace consumistas para tratar de llenar nuestros huecos existenciales con productos, políticas y religiones caducas que nada importan para los libertinos libres. Sin embargo, tampoco te estoy diciendo que abandones esas nociones, simplemente que las olvides cuando estés dentro de esta habitación, conmigo. Esto es una válvula de escape que yo necesito y creo que tú también. —Esto no provoca paz, provoca violencia. —La paz que nos venden es violencia disfrazada, todos los que no entran en esos sistemas de control, son enemigos públicos. Si no estás con ellos, estás contra ellos. La única paz que existe es la paz interna, además… —Detente, no quiero alegar más. Por alguna extraña razón siempre logras calentarme. —No aleguemos más. Quítate la gabardina. Tú te quitarás la gabardina y yo contemplaré tus hermosos pechos. Los pezones pequeños y aerodinámicos, rosáceos y tiernos. Te ordenaré que abras tus piernas y veré tus muslos, deliciosos y carnosos, dulces y límpidos. Ordenaré que acaricies tus senos, grandes y perfectos, los tomarás con tus manos y harás masajes pequeños, hipnóticos, con ligeros pero poderosos agarres a tus pezones erectos. No mentías cuando decías que estabas caliente, tus pezones estarán durísimos y excitado, pequeñas ambrosías para cualquier pupila despierta como la mía. —¿Así te gusta? —Me encantan tus pechos. —Mira cómo los aprieto para ti, están ansiosos de tu lengua. —Agítalos más, golpéalos un poco. Lo harás, golpearás tus pechos. Después te ordenaré que me enseñes tu culo, un poco más pequeño y compacto, tus nalgas apenas marcadas, suaves y endemoniadas. Por encima de tus bragas observaré la delicadeza de los trazos, la arquitectura de tu precioso culo. Coqueta y altiva bajarás un poquito tus bragas de encaje negro, para dejarme ver parte de la rayita, ese ecuador que divide un mundo de otro. Te ordenaré que así te recuestes, boca abajo, poniendo una almohada debajo de tu pubis y friccionándolo hasta que te mojes completamente. Lo harás. Después te ordenaré que te sientes en la orilla de la cama de nuevo y comiences a masturbarte. Lo harás, mostrándome, obscena y divina, tus dedos recorriendo tu vulva, apretando tu clítoris, dentro de tu vagina, tus dedos rápidos y certeros, moviéndose elípticamente. Me mostrarás tus dedos mojados y tu boca a medio abrir, esa boca que reconozco como símbolo de orgasmos interminables, tus ojos cerrados, tus gemidos, reconoceré tu excitación y te ordenaré que te acuestes para que tu orgasmo sea más potente, arquearás tu espalda, gemirás más fuerte, por encima de la música y tendrás un orgasmo placentero. Te ordenaré que te hinques a la orilla de la cama y que pongas tu cara sobre el edredón. Poniendo tus manos también sobre la cobija, ya sabes lo que viene, me comentas que no te golpeé muy fuerte porque tu pareja comienza a sospechar. Me acercaría a ti con un lubricante con olores cítricos, me pongo un poco en las manos y comienzo a masajear tu culo, tomaría tus nalgas con mis enormes manos y comenzaría darte un masaje, poniendo especial atención en tu ano, en las terminaciones nerviosas. Después azotaría tus nalgas unas diez o quince veces, hasta notarlas rojas y endurecidas, a cada golpe responderías con un pequeño grito. Después te ordenaría que te pusieras boca arriba en la cama con las piernas abiertas y metería mi lengua en tu coño, movería mi lengua de arriba abajo y en suaves círculos hasta provocar de nuevo tus gemidos, saboreando tu clítoris y besando con mis labios tus labios vaginales, que sientas mi pasión y mi fuerza. Sujetaría tus piernas para moverme mejor y mover mi lengua cual serpiente venenosa, agitando tus puntos de placer, los que sé que te gustan, hasta que te corras en mi boca. Después, sin dejarte descansar, metería mis dedos en tu coño, me pondría al lado de tu cuerpo para masturbarte mientras aprieto tu cuello, sentirías mis largos y gruesos dedos alrededor de tu cuello, apretando fuerte, cada vez más fuerte, mientras también aumenta el ritmo de la masturbación. Me pedirías que me detenga pero no lo haría, al contrarío metería dos dedos y luego tres, cada vez más rápido movería mis dedos para provocar tus orgasmos, tus ganas, tu dolor también. Me gustaría verte a los ojos mientras estás en ese trance de dolor y placer, contemplar tus labios temblando. Luego te acariciaría, sin decir palabras, sólo con las manos, detenerme en cada contorno de tu cara a tus pies. Mover mis manos por todo tu cuerpo, cerraría los ojos para reconocerte igual que un ciego reconoce a un ser amado. Pasaría las yemas de los dedos, apenas etéreos, reconociendo tu cara, tus orejas, tu mentón, tu cuello, tus hombros, tus brazos, tus manos, tus pechos, tu vientre, tu ombligo, tu monte de venus, tu sexo, tus piernas, tus muslos, tus rodillas, tus pantorrillas, tus pies, y de regreso. Mis dedos olerían a ti, tu cabello olería delicioso, a recién bañado, eso y el olor de tu perfume y tu perfume corporal me enloquecerían. Acariciaría cada parte de tu cuerpo, con la misma delicadeza que se acaricia una obra de arte. Luego me pondría a la orilla de la cama y te ordenaría que te montaras en mi pene erecto. Así lo harías y me cabalgarías durante mucho tiempo, te sujetaría de las nalgas mientras muerdo tus pechos y tu boca, te diría al oído lo mucho que me gustas, lo que me encanta tu sabor y tu olor, el que caigas libre y soberana sobre mi pene, dueña del ritmo y el confort. Te diría que nunca he conocido a nadie como tú, que eres mi musa y mi inspiración, la dueña de mis masturbaciones y la diosa de mis fantasías, sujetaría tus piernas para atraerte, que sientas la rigidez y dureza de mi deseo por ti, hasta que por fin me corra dentro de ti sin avisarte, simplemente deslizándome cual pluma en el viento, una apología de la dulzura y la pasión, un goce infinito tu cuerpo y tu alma. Te besaría otra vez la boca, te diría que tus besos son lo mejor del mundo, que nadie me besa como tú. Luego te voltearía, besaría de tu nuca a tus nalgas con cuidado y delicadeza, cada contorno, cada línea. Besando sin cesar, mis labios por tu espalda escribirían un poema y luego subiría un poco más para embriagarme con el aroma encantador de tu cabello, besaría tu espalda una y otra vez, poniendo especial atención en tu espalda baja, en tus nalgas también, entre tus nalgas besos negros y mi lengua traviesa que no descansa cuando se trata de tu cuerpo. Ya una vez decidido y erecto de nuevo, metería mi pene en tu culo delicioso y apretadito, en suaves vaivenes, pondría una almohada bajo tu coño para que me queden tus nalgas más paraditas. Te penetraría primero despacito y gradualmente iría aumentando la velocidad hasta terminar en un acto enloquecido, sentirías mi sexo haciéndose grueso y potente dentro de ti, abriendo canales nuevos de placer, delirios deliciosos llenos de licor y tabaco. Se escucharía una orquesta deliciosa, por encima de la música, de mi pene contra tus nalgas, en una agitación total, en un ritual epiléptico y fuera de sí. Azotaría tus nalgas de nuevo, mientras tanto, hasta dejarlas rojas y suaves, mientras tanto las embestidas de toro furioso no pararían pero atraería tus pechos para sobarlos, masajearlos y apretar los pezones, pasaría mis dedos por tu coño masturbándote un poco mientras sientes, tal vez, dos fuerzas entrando dentro de ti, con potencia animal y embravecida. Finalmente haría lo que tanto nos gusta, pasaría mi cinturón por tu cuello y te atraería hacía mí para en un efecto doppler quedar envueltos en la más deliciosa traición. Eyacularía, de nuevo, dentro de ti. Dejaría mi semen resbalando de tu culito. —¿Eso es todo? —No tengo más. —Mastúrbame otro poquito —Te masturbo, pero acá, frente al balcón. —Llévame Te conduciría, completamente desnuda, excepto por los tacones, al balcón del hotel. Ya sería de noche, la oscuridad caería sobre las ventanas de los edificios. Te haría sujetarte del balcón mientras detrás de ti estaría masturbándote con mi mano derecha hasta que te vengas. —¿Ves el hotel de enfrente, el balcón, ese hombre que bebe y fuma? —Sí —Ese es tu hombre. |
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