Tu mirada es un camino pavimentado de estrellas, una resurrección de planetas aleatorios, un sinfín de asteroides 6 en mis venas. Tu boca es el ego de un demonio enamorado de los sueños; tu boca sabe bailar tango en cada beso, en cada respirar, sabe ejecutar las penurias en el cadalso del tiempo. Tus hombros son tormentas de placer, ensueños de calor agitado. Y tus brazos, como ecos de libertad en cuyo abrazo cabe todo cadáver, y tus manos sabias como libros viejos. Y tus brazos, como el aroma del incienso de la vida, hipnotizando en su plenitud la demencia de la aurora; y tus manos, sin embargo, como un perplejo espiral de alucinatorias curas. Barbitúricos de realidad, incendios del mar del corazón. Tus pechos como un lupanar de sudores excitantes, como el beso que le da la fantasía a la realidad, como dos playas de divino licor que se tatúan en las pupilas del espíritu. Y tu ombligo, siemprevivo, hoguera de todos los dioses, perversión de nubes rotas, noria de amor. Pero tu sexo, amor, tu sexo; tu vagina es la plenitud de la embriaguez, el pecado de un ángel de la guarda, el delito divino. Tu clítoris como un templo que llama al goce, un tiempo que se quebranta. Y tus piernas, una, siempre, última cena, unas delicias que retuercen mis nervios hasta volverme loco, arroyos de agua que atraviesan, como un cuchillo, la boca de la noche. Tus pies como la amnesia de todo dolor, angustia y coraje; tus pies como el olvido que glorifica al alma en sus cánticos de melodía enhiesta. Tu cuerpo en fin, como aquello que se posee pero nunca se tiene. Eso me convierte en el Diablo, supongo. Y aquí estamos, derritiendo el frío en nuestro abrazo, abortando la moral, vomitando las buenas costumbres y ensalzando los malos hábitos. Tu cabellera al viento, como la música que hace girar todos los planetas dentro y fuera de mis entrañas; soy un monstruo, un triceraptor, aferrado a ti como un niño, descanso en tu regazo todas las eternidades que no he sido.
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