—Tu alma es una orquídea quemándose bajo la lupa del tiempo. Dijo él simulando vergüenza o éxtasis, miedo o arrojo, muerte o arte. Tomó las caderas de ella, le acarició las nalgas, le mordió una mejilla. Por un instante se le quedó viendo fijamente a los ojos, le sonrió con malicia pero, sin saberlo, también con inocencia. —Escucho a los perros aullar, a los diablos danzar, la Nada me abre la piel para habitar mis huesos, para calcinar mis ilusiones. Dijo ella mientras arrojaba su sexo al contacto de los dedos tibios; abrió su boca, mordió con fuerza el hombro masculino, terció sus dedos con los cabellos recios de aquel hombre desnudo frente a ella que la hacía querer ir cantando por las calles. —El mundo es el reflejo de un universo paralelo, ¿qué es un reflejo? la galaxia es un espejo, somos puro simulacro en las cimas de la pesadilla. Sombra sobre sombra, lunares que cuelgan en el árbol de lo efímero… Dijo él, excitado, casi murmurando. Ella enmudeció. Tomó el grueso pene entre sus manos, aquel miembro tenía los nervios exaltados y se veían como correas atadas a una correa mayor; el glande estaba desnudo y erguido, tenía la arrogancia y el porte; ella lo metió en su boca, recorriendo del glande hacia los testículos en suaves movimientos circulares con su lengua. Después lo metió entero en su boca, bautizándolo con un vaho perfumado del erotismo. Era la primera vez que el pene entraba ahí, pero se sintió bien, como si una tradición milenaria atravesara de repente los nervios y dejara cada cosa en su lugar. —El lenguaje es el más vulgar de los vértigos; nos crucificamos en significados que carecen de sentido, vocablos de ceniza que se difuminan a la luz del sol… Dijo él, pensativo, mientras la sujetaba de los cabellos y clavada la verga más hondo en la garganta. Así estuvo bombeando por un tiempo hasta que soltó un espeso chorro de semen en la boca de la chica; aunque ella se trago casi todo, unas pequeñas gotas se le desparramaron.
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