No lo sabe la tormenta, ni el rayo ni el trueno, el espacio hace poesía con sus formas y el color hace surgir música de las entrañas. Tu cuerpo está desnudo y reposas, orquídea somnolienta, con una mano en tu entrepierna, con la boca entreabierta, ese arte que surge de la inercia de nuestros pensamientos. No lo confesará la luna, ni ese desfile de estrellas que se tatúa en tus pupilas, ni el brío de tus labios trémulos de frío y calor a un tiempo, en el ajedrez espiritual de la tarde, en el refugio arquitectónico de la noche. Tu belleza es un bumerán o un espejo en el que yo también me hago humano, endeble, sabio. Digo tus ojos desorbitados, como dos asteroides que arden rebeldes. Digo tu boca húmeda, como una abertura, como una herida apenas secreta, en donde se incineran los pájaros del cielo. No lo sabe el frío ni el viento, el tiempo hace cine con los minutos que caen como guillotinas sobre la eternidad. Tus pechos están erguidos, tu sexo está furioso y lo lanzas como una loba lesionada de deseo. Eres la hermosura que crece como un bonsái en el jardín de mi alma.
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